Luchar contra los vivos y no contra los muertos


 Esto fue lo que alegó el Emperador Carlos I cuando los católicos le incitaron a profanar la tumba de unos de sus peores enemigos, el monje agustino Martín Lutero, atormentado y opuesto a la Iglesia, que necesitaba un reforma urgente ante lis abusos del alto clero y del Papado hacia los feligreses.

Carlos respetó la vida del alemán de las Tesis de Wittenberg al entrevistarse con él para lograr que se retractase. Tal vez Felipe II hubiese hecho otra cosa.

El Emperador quería tal vez ser el soberano de todos los súbditos de la amalgama territorial germánica, dividida ahora también por la religión.

Muhlberg no sirvió para mucho porque la paz de Augsburgo dejó libertad religiosa al príncipe imperial y sus súbditos seguirían su religión sin derecho a elegir confesión, algo impensable hoy pero diferente hace cinco siglos.

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